Jorge Méndez Blake (Guadalajara, México, 1974) centra este proyecto en la fragilidad con la que se construye y legitima la historia. Partiendo de la obsesión milenaria de México por sus volcanes y de la novela fundamental de la literatura moderna del autor británico Malcolm Lowry, Bajo el volcán (1947), el artista entreteje una sutil red de restos y documentos que oscila entre la arqueología, la literatura y la arquitectura.
Como en proyectos anteriores, Méndez Blake utiliza referencias literarias, conciliando la nostalgia y la duda, interpretando los textos libremente para crear nuevas lecturas y traducciones. De este modo, su alusión a Bajo el volcán es poco ortodoxa: la referencia permanece en el horizonte, al igual que los volcanes de la narración original. La historia ficticia del artista no tiene lugar en Quaunahauc (Cuernavaca), como en la novela, sino en Ceboruco, el único volcán activo en la parte noreste del eje volcánico de la Sierra Madre Occidental. Ubicado en el estado mexicano de Nayarit, sus erupciones de los últimos 3000 años (la última registrada en 1870) han creado un interesante paisaje de roca volcánica.
En sus viajes a la zona, Méndez Blake encontró lo que él consideraba índices de una civilización enterrada bajo las cenizas del volcán. Sin embargo, los restos en los que basa su hipótesis no tienen la monumentalidad de un sitio arqueológico, ya que surgieron del encuentro fortuito con un edificio pequeño y modesto en las afueras del volcán, pintado de azul y rojo. A partir de esa construcción marginal, sin función aparente, el artista creó una serie de documentos e historias que encontraron su verosimilitud en la cuestionable legitimación de esta estructura como ruina. Estas obras se sitúan entre el registro científico y el romanticismo; nos acercan al paisaje local y nos dan una idea de lo que podría haber sido la arquitectura de los habitantes de la zona: estructuras con grandes paredes, geometrías rectas y asimétricas, un pabellón de función desconocida, entradas a pasadizos subterráneos y una obsesión por una determinada paleta de colores.
Sobre la base de su lectura de los entornos naturales y construidos de esta parte del oeste de México, el artista completó dibujos, pinturas y esculturas que, a modo de evidencia de una investigación arqueológica de la que solo quedan rastros, proponen una nueva línea de sedimentación histórica. El volcán Ceboruco se convierte en un escenario para la reflexión del artista sobre la memoria y la escritura de la historia.
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Photo Credits: Enrique Macías