Jorge Méndez Blake
Ventana Poniente
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February 2, 2016
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April 1, 2016
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El agua se enseña con la sed.

Quizás no haya otra vida y obra que contraste más con la actualidad que la de Emily Dickinson. Yuxtapuesta a la coreografía universal y permanente de los tiempos actuales, que rechazan todo lo que no está expuesto, promocionando y celebrando en voz alta para las masas, Dickinson vivió encerrada en los territorios de su mente2 desde muy joven, en su comunidad durante su juventud, en su casa cuando era adulta y entre las cuatro paredes de su habitación en sus últimos años de vida.

El tiempo y la muerte fueron dos de los temas recurrentes de Dickinson, cuyo espíritu, a la vez frágil e indomable, se erosionó lentamente con el fallecimiento de sus seres queridos. Susceptible a los gestos más sutiles de la naturaleza que se le revelaban abiertamente, la gran poeta norteamericana vivió entre dos tiempos: el inmortal desde el que creaba y que protegía de la mirada corrupta de la vanidad, el mismo tiempo que la eternizó; el otro, el terrenal, donde las personas, sus queridas plantas, cosas e incluso ideas florecieron y poco después se pudrieron, exigiendo un punto de inflexión demasiado pesado para un espíritu tan amable.

El poema se renueva con cada lectura de una manera particular. Borges, en su 'El Golem' dice: 'Si (como afirma el griego en el Crátilo) /el nombre es arquetipo de la cosa, /en las letras de rosa está la rosa/y todo el Nilo fluye por la palabra. /Hecho de consonantes y vocales, hay un Nombre terrible, /que en su esencia codifica el todo de Dios, /el poder, guardado en letras, en sílabas ocultas'. No importa lo acertada que sea la selección de las palabras, éstas impregnarán y cambiarán su significado de un lector a otro. Dickinson adivinó en su época la estructura de su poesía. Su visión de futuro tardó décadas en ser entendida. El ritmo de sus versos y la entonación de su poesía marcaron para siempre esta forma literaria. Esos guiones misteriosos, la silenciosa invitación a mirar al abismo para vernos reflejados, esa mediación entre lo concreto y lo trascendente, la mirada sutil pero salvaje, la lucha por defender el lienzo vacío donde la creación puede viajar libremente, todo esto ha sido apropiado, fortalecido y organizado a través del lenguaje alternativo que Jorge Méndez Blake señala en su práctica.

La forma en que relee es en sí misma una forma de escribir, su escritura se convierte tanto en escultura como en lienzo. Su obra se inscribe en el testamento de Dickinson y amplía el vasto catálogo de correspondencia que la poeta entretejió con sus destinatarios y cómplices en busca de afinar el sonido del silencio.

Texto de Diego Rabasa

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