La obra de Rubén Ortiz Torres, un artista con cada pie firmemente plantado a ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México, combina diferentes culturas e ideas que crean híbridos de significado, lo que nos permite ver el mundo tal como lo conocemos desde una perspectiva nueva y diferente. Sus primeros años como punkster en la escena subcultural de la Ciudad de México dieron como resultado no solo una impresionante colección de fotografías que capturan por completo la actitud anárquica y antisistema de la cultura juvenil de la época, sino que también sentaron las bases para su posterior subversión de las nociones tradicionales de la pintura actual.
Sus pinturas y esculturas termodinámicas, que a primera vista parecen una versión contemporánea de la alta abstracción modernista, comprenden capas ocultas de significado y narrativa debajo de las múltiples capas de pintura para automóviles industriales utilizadas. Si bien sus obras anteriores utilizaban el poder de las imágenes para expresar comentarios sociales y narrativas, sus obras termodinámicas integran estas mismas preocupaciones culturales, como la cultura del automóvil en Los Ángeles y las cuestiones subyacentes a esta cultura, pero en un nivel más subliminal. La abstracción de las obras las deja abiertas a la interpretación individual, lo que permite abrir múltiples vías de pensamiento que no serían posibles con la práctica tradicional y más didáctica de la figuración.
Su subversión de la naturaleza de la pintura va aún más lejos, ya que estas obras deben experimentarse principalmente en un nivel fenomenológico más que puramente óptico. Ortiz Torres cree que la función de la pintura hoy en día es HACER y no simplemente SER. La estética seductora y brillante de las obras invita al espectador a interactuar con ellas tocándolas o sentándose sobre ellas, creando marcas y cambios visibles. No son solo las obras las que cambian físicamente como resultado de esta interacción, sino también el espacio que las rodea. El papel del espectador pasa a ser el de un participante, transformando la dinámica del espacio de la galería o el museo: un espacio en el que la costumbre tradicional es ver pasivamente en lugar de actuar activamente. Sin embargo, Ortiz Torres no ve esto como una nueva forma de «crítica institucional», sino como «creación institucional: forzar la posibilidad de un tipo diferente de institución en la que podamos participar de una manera nueva».
Si bien las obras termodinámicas se transforman a sí mismas y al entorno que las rodea, su colección de bocetos a lo largo de los años muestra la transformación de su familia y amigos a través del lenguaje académico más simple de las bellas artes. Estas obras, que constituyen una adición muy personal a la retrospectiva, también reflejan la transformación de Ortiz Torres como artista: sus primeros estudios de Bellas Artes en México dieron paso a la Escuela de Artes de California, de base más conceptual, lo que, en última instancia, dio como resultado una práctica de por vida de navegar constantemente entre ambas. Una serie de bocetos tomados de las mismas personas, en años anteriores y actuales, muestran su interés conceptual por documentar la transformación de una persona a lo largo del tiempo en lugar de la transformación de un dibujo puramente estético.
Retrospectiva en un minuto comprende pinturas y esculturas termodinámicas, sus primeras obras en vídeo y esta colección inédita de bocetos. Para Ortiz Torres, cada medio habla un idioma diferente, lo que permite una forma diferente de crear significado en el mundo. A pesar de este enfoque variado, Ortiz Torres afirma que su práctica consiste en «expresar el significado de la vida en el arte, y no solo el del arte en la vida «. Y esta idea, sin duda, trasciende todos los idiomas y fronteras.
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Photo Credits: Enrique Macías