Baudelio Lara
Texto curatorial
September 4, 2025

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SALAVERNA

O EL PARAÍSO PERDIDO

Ángel Cammen
Bodega OMR, 2025

En 2016 unos forasteros llegaron al pueblo de Salaverna para advertir a sus habitantes que debajo había una peligrosa falla geológica. Amedrentándolos, les urgieron a desalojarlo. En realidad, ya se habían iniciado sin permiso los trabajos de una mina bajo sus pies, a cargo de la compañía Frisco-Tayahua. Actualmente, Salaverna es un pueblo fantasma que se niega a morir. En este contexto, como proyecto pictórico, Salaverna es la historia de un despojo, pero, sobre todo, es el relato de un lugar, y más precisamente, de imágenes de las identidades comunitarias y personales ligadas a ese lugar.

En esta exposición Cammen observa el lugar desde una “conciencia posicional” (Merleau-Ponty), esto es, aquélla que se desarrolla en relación con las jerarquías y los valores de los otros. Como constructo dinámico, complejo y conflictivo la identidad trata sobre cómo nos ven, cómo nos vemos y cómo queremos ser vistos. En ese sentido, estas piezas continúan una reflexión visual sobre el cuerpo que ya advertíamos en sus trabajos previos. La serie transita hacia una estructura reticular plena de símbolos ligados a la memoria, la experiencia y la integración humana con la naturaleza, en dirección contraria de la representación de un espacio neutro y vacío. Sus recursos estilísticos principales, autorretrato y paisaje, dialogan y se alternan en el intento de re(construir) y apropiarse de una parte de las costumbres comunitarias para actualizarlas como una identidad personal nueva y abierta.

En cuanto al autorretrato, Cammen no parte de una identidad ya perfilada, ni busca reflejar el propio temperamento para persuadir al espectador; no elabora retratos introspectivos, más bien, narra experiencias propias en las que es ineludible referirse a sí mismo. Sus piezas no pretenden definir sino narrar las vicisitudes de una identidad en movimiento en el proceso de personarse. Ángel pertenece a una generación en la que la identidad ya no pide permiso para disentir, pero que, por lo mismo, se sabe inestable y precaria. Esa mónada, llamada identidad, para consolidarse, requiere fluir y oponerse al algoritmo normalizador, a la costumbre que no alcanza a convertirse en moral, al extractivismo capitalista que acumula vorazmente y destruye recursos minerales y humanos, a las individualidades ajenas que nos quieren asimilar a través de la violencia estructural, el estigma divisorio o la imposición del silencio.

Este proceso no es solo personal sino relacional. Cammen perfila su identidad ubicándola en un cuerpo mayor: la familia, el lugar, el duelo de la pérdida, la infancia, la nostalgia del tiempo perdido. De lo colectivo a lo individual, y viceversa, sus imágenes transitan de las anécdotas puntuales a la genealogía que las trasciende, de la documentación del despojo a la recuperación simbólica de la memoria personal y comunitaria, de la presencia que invoca las figuras y objetos entrañables de un pueblo fantasma a la intuición que se reconoce en ellas como un espectro que se resiste a la muerte.

Por otra parte, en lo que se refiere al paisaje, nada impediría calificar los cuadros de esta serie como neo costumbristas si no fuera porque no retratan una costumbre cosificada en la moral de una época, sino que ilustran, a su modo, la posibilidad de formas distintas deser, mismas que casi siempre cuestionan las herencias patriarcales. Sus cuadros pueden evocar un déjà vu costumbrista, pero no son típicos ni pintorescos: son singulares.

El fluido tránsito visual con que Cammen representa el paisaje, cuyas estaciones son su figura y la red de símbolos, remite al tono metafísico y surrealista de Julio Galán en cuadros como Mar de Musquiz, (1998), Mi reloj (1998) y El amor contigo nunca entró en mis planes (1991), en donde el autor se mimetiza con el entorno: personaje y ambiente son lo mismo. Ángel utiliza un registro menos sombrío, pero igualmente íntimo y misterioso; sin embargo, no se oculta en el paisaje: se desdobla con él, dialoga con los dos términos, pero no los (con)funde. Al contrario de algunas piezas de Galán, que parecen anticiparse a la omnisciencia de la perspectiva aérea que han conseguido la Internet y la visión satelital, su punto de vista es horizontal, una mirada que va del lienzo al ojo del espectador, lo que imprime al cuadro una sensación de cercanía y le devuelve el horizonte y la profundidad de la perspectiva, aunque a veces viole sus reglas.

Siguiendo a Julio Galán y Frida Kahlo, se apropia de la imaginería del arte popular y religioso, aunque en menor escala. A la manera de la pintura de santoral, sus personajes, él mismo, podrían identificarse por los símbolos que los acompañan: un naranjo, unos magueyes, las pencas de una nopalera, un caballo, dos perros “haciendo vida” (copulando), las fases de la luna que escalan del mundo vegetal al mundo celeste, la danza como metáfora del primer encuentro con la pareja, los pies ocultos de la abuela plantados en el suelo entrañable como raíces que se resisten a irse, el joven manzano que sobrevivió al olvido, que pronto podrá crecer y dar frutos trasplantado en otro lugar.

Actualmente, el consorcio minero continúa en su intento de abrir una mina a cielo abierto. Salaverna sigue estorbándoles, pero aún no han logrado destruir por completo la voluntad de sus últimos habitantes. Frente a este panorama, algo queda, aunque no sea más que la experiencia de lo vivido y la posibilidad de la belleza, que a pesar de todo persiste, en el paisaje deteriorado. En Salaverna, territorio y memoria, realidad documental y representación artística están unidos por la desolación, la muerte anticipada y el duelo del éxodo. En ese sentido, los cuadros de Cammen están en un lugar, y con ello, añaden otra capa de contemplación al conjunto de identidades y conflictos en juego. Al final, la lección es la misma: no hay otro paraíso que el paraíso perdido.

–Baudelio Lara

Un agradecimiento especial a Clarissa Navarro por su apoyo en la gestión del proyecto.

Baudelio Lara
Texto curatorial